domingo, 12 de julio de 2009

Acribillando la dignidad

Maldito seas tú, que ordenas disparar esa bala
contra el hijo de una madre,

maldito seas, cuando disfrutas con esa medalla bañada en sangre
fabricada con el cobre de la mina donde no respira un niño.
Repudio esas reuniones en las que trazáis fronteras
con la línea divisoria de dos minas que saltarán por los aires.
Siento lástima del que vende su conciencia
para disfrutar de ese juego,

me llenaba de rabia cuando veía sus caras
después de humillar al soldado

y cuando estos hacían llorar el fusil al salir esa ráfaga.

Siento vergüenza cada vez que un gobierno
envía armas hacia la miseria,

para que ella, enfrente a los hijos del hambre
con el fin de abrillantar sus galones.
Puedo decir desde la experiencia,
que el dinero que llenaba mi plato,

pertenecía a las manos del niño que fue enviado al frente,
por eso me alejé de los que besan banderas
y matan en nombre de sus bolsillos con el disfraz de su paz.
Porque sus aviones debían ser puñados de pan y no miseria,
porque los billetes que mueven sus tanques debían ser páginas
de una novela de Benedetti, de un poema de Machado,
del cuaderno donde un niño escribiese su primera palabra
emulando a las crónicas de Saramago.

Sigo sin entender porqué nos muestran orgullosos
su arsenal militar por nuestras calles,
mientras cientos de personas aplauden
y cientos de inversiones
se caen por el precipicio de la desilusión,
ya que el orgullo patrio, puede dejar huérfano a un hermano.
El pez se muerde la cola al enviar armas a la pobreza,
provocando guerras y muertes
para que luego, sus peones con trajes de militar,
sean vistos en los telediarios
con la máscara de hombres buenos,

mientras en una mano guardan un billete y en la otra una bala
destinada a la diana en cuyo centro se encuentra su dignidad.
Ellos, los hombres valientes son la pólvora de holocaustos
y culpables de las lágrimas en la orilla de una cuneta.

Sueño, que esos fondos destinados
a engordar seres sin estomago,

sean enviados a la humanidad, a reparar el daño que ellos generan,
y que en cada uniforme crezca un libro
acompañado de una conciencia como marca páginas.

Abel Aparicio González - 2009



Senderos de gloria
El señor de la guerra
Las golondrinas de kabul

1 comentario:

Ander dijo...

Te gusto el libro entonces? yo creo que es más real de lo que muchos nos creemos, pero la situación allá debe ser insostenible. No obstante sigo pensando que son también ellos, o más bien sus mujeres, los que deben de hacer algo, empezar por algo. No se si estan esperando que alguien de fuera lo haga por ellas, o simplemente es que no quieren hacerlo. no lo se, y no lo entiendo.