jueves, 2 de febrero de 2012

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña: El mastín leonés


Cada uno tiene sus gustos y, periodisticamente en León para mi hay dos que son cabecera, a saber, Emilio Gancedo y Fulgencio Fernández. Los dos hacen algo que me gusta, piensan en glogal y actuan en local, lo que considero básico. Saben apreciar la belleza de unas galochas, saben leer la historia en las paredes de adobe y cobijarse bajo un techado de teitu. Aman la cultura, desde la más lejana hasta la que se escribe en el cantón de cada pueblo. De Emilio - que además es mi amigo - ya hablé varias veces, ahora toca hablar de Fulgencio.

Haganme caso, acudan a un acto donde puedan escuchar su palabra, como al que asistí en San Marcos el pasado viernes 27 de Enero en la presentación del libro de Carlos J. Domínguez sobre Miguel Castaño; lean el artículo que todas las semanas de verano escribe en el periódico La crónica de León sobre el corro del fin de semana, merece la pena, mucho.
Es el típico paisano con el que no me importaría estar hablando en el bar de cualquier pueblo de la montaña toda una tarde, picar algo para cenar y, seguir hablando con un orujo en la mano mientras Rodrigo nos acompaña con su guitarra y sus palabras hasta que el camarero nos diga, ¡Ca un pa su casa, que yia hora!.

Quiero destacar un artículo que hizo junto a Mauricio Peña, Lo que su código genético manda. Aquí lo tenéis:


El código genético del cachorro que asoma su enorme cabeza y su cara de niño bueno es complicado. Entre las habilidades que tiene que desarrollar está la de soportar horas y horas prácticamente quieto, en una de las garitas —sin más techo que el cielo— que vigilan por la tranquilidad de su rebaño; también debe aprender a pelear hasta la muerte con enemigos astutos como no hay otros, los lobos, amigos de tender trampas y celadas que debe desenredar con una singular inteligencia que también transporta su ADN de mastín y de leonés.

Debe aprender a oler los vientos, a escuchar los sonidos más imperceptibles, a percibir siluetas detrás de las nieblas y los amaneceres, a obedecer al pastor que le da una voz desde la lejanía. Debe ser capaz de correr con potencia detrás de quien ataque el rebaño y a caminar con paciencia a su lado, mirando al pastor, rumbo a otra majada, a otro puerto, a otros pastos, a otros cielos.

No se le admiten quejas por los insoportables calores de agosto ni por los tremendos fríos de diciembre.

Es un mastín, y es leonés.

Pero un cachorro también es esclavo de su leyenda y todos los libros repiten al enumerar sus características: “Tolerancia a los niños: Excelente”.

Ahí lo tienes.


http://www.lacronicadeleon.es

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